Supongamos que usted está viajando en un colectivo de Samoa. Está sentado, leyendo uno de los libros que se trajo de argentina... Parada por favor. De repente un nuevo pasajero sube al colectivo de la isla. El hombre es “grande”, no de edad, sino de peso y lo mira fijo. Usted desvía la mirada por un instante para observarlo de reojo, pero rápidamente la vuelve a la lectura y se pregunta: “¿Se volvió loco este gordo, qué le pasa, quiere que le deje el asiento? Ni loco”, se responde, sin poner en duda sus pensamientos: “El que sube primero encuentra lugar y se sienta; el que sube segundo espera que algún asiento se desocupe. Es lógica. Es sentido común. Entonces que el gordo me saque los ojos de encima”.
Lamento comunicarle que usted, señor, está muy equivocado. Y que si quiere visitar Samoa, un punto insignificante en el mapa, debería antes aprender sus códigos, sus usos y sus costumbres, aunque sea informarse, porque allí las reglas no solo que son diferentes a las nuestras y a las de la mayoría del mundo, sino que se hacen para ser respetadas. En Samoa cuando un nuevo pasajero sube al colectivo, lo que importa es el peso. Si en la balanza es mayor, debo cederle mi asiento, y si tengo ganas puedo sentarme arriba de él. Esos son sus códigos… y funcionan.
¿Serán subdesarrollados por darle un significado diferente al uso del colectivo? O los que somos subdesarrollados somos nosotros que todavía no aprendimos que la vida social es una construcción, que por sí sola no es nada, que no tiene patas y no puede caminar. Que la realidad social cobra vida cuando los sujetos la investimos de sentido, la llenamos de contenido, la moldeamos. Es eso. Ni más, ni menos. “Hagamos una pausa y definamos sentido”, diría Eliséo Verón.
Ahora que aprendimos una de las normas de Samoa y que entendimos que el sentido que tienen las cosas está asociado a la subjetividad de cada nación o de cada cultura, no queda más que retomar nuestra pregunta inicial, que luego de haber sido sometida a la prueba empírica, estamos en condiciones de responderla… así que lamento comunicarte Nestor, pero en la isla de Samoa no te queda otra que hacerlo.
Lamento comunicarle que usted, señor, está muy equivocado. Y que si quiere visitar Samoa, un punto insignificante en el mapa, debería antes aprender sus códigos, sus usos y sus costumbres, aunque sea informarse, porque allí las reglas no solo que son diferentes a las nuestras y a las de la mayoría del mundo, sino que se hacen para ser respetadas. En Samoa cuando un nuevo pasajero sube al colectivo, lo que importa es el peso. Si en la balanza es mayor, debo cederle mi asiento, y si tengo ganas puedo sentarme arriba de él. Esos son sus códigos… y funcionan.
¿Serán subdesarrollados por darle un significado diferente al uso del colectivo? O los que somos subdesarrollados somos nosotros que todavía no aprendimos que la vida social es una construcción, que por sí sola no es nada, que no tiene patas y no puede caminar. Que la realidad social cobra vida cuando los sujetos la investimos de sentido, la llenamos de contenido, la moldeamos. Es eso. Ni más, ni menos. “Hagamos una pausa y definamos sentido”, diría Eliséo Verón.
Ahora que aprendimos una de las normas de Samoa y que entendimos que el sentido que tienen las cosas está asociado a la subjetividad de cada nación o de cada cultura, no queda más que retomar nuestra pregunta inicial, que luego de haber sido sometida a la prueba empírica, estamos en condiciones de responderla… así que lamento comunicarte Nestor, pero en la isla de Samoa no te queda otra que hacerlo.
Stephanie Maia Hindi