martes, 14 de abril de 2009

ME MIRO EN EL ESPEJO, ME QUIERO CONOCER...

La vida de los otros. Ese es el nombre con el que el director alemán Florian Henckel von Donnersmarck selló a su opera prima. Quizás también podría ser la forma de llamar al lugar común donde suelen caer las miradas de cada uno de los argentinos si se trata de señalar un culpable.

A la hora de realizar un análisis que intente dar cuenta de los problemas que nos invaden, elegimos cerrar los ojos y mirar hacia la vida de los otros; como si poco tuviésemos que ver en los problemas que estamos involucrados como padres, como hijos, amigos, estudiantes, ciudadanos, o como cual fuese el rol que nos tocase ejercer en tanto miembros que somos de algo a lo que debes en cuando podemos llamar sociedad.

Preferimos evitar estacionar en algún sitio donde sea posible cargar combustible espiritual para poder examinar nuestro interior en el seno de la vida cotidiana. Pero hay ocasiones en las que es necesario. Y hay que entender que el cambio empieza por dentro: por un lavado de alma, donde el jabón empolvo sea el encargado de juzgar nuestro accionar diario, del cual, sólo nosotros, somos artífices. Que los logros son batallas personales resuena constantemente, pero ¿qué hay de los errores? ¿Son propios del enemigo o conviven en el interior de todas y de cada una de las partes que componemos al Estado Argentino?

“La llave está en nosotros”, responde a este simple interrogante encubierto por una respuesta tan compleja, el periodista y autor del libro el Combustible espiritual, Ari Paluch. Y nos invita en su obra a emprender un viaje en el que aprendamos a cuestionarnos y a entender nuestro rol como miembros de cada una de las instituciones que componemos. “Perdón parece ser la palabra más difícil”, llama a un capítulo de su libro, al tiempo que llama a una reflexión global.

Las respuestas no descansan en los ojos de otra persona, ni se acotan a las corrupciones de cada uno de los políticos que se sentaron en el sillón presidencial, simplemente hay que comenzar por buscarlas en quién está frente a nuestro espejo hoy.
Stephanie Maia Hindi

Micrófonos para educar

En 1996, en la villa más grande y antigua de la Ciudad de Buenos Aires, la 1-11-14, se instaló la radio comunitaria FM Bajo Flores 88.1. Un medio que refleja la diversidad cultural y la lucha contra la exclusión de aquel barrio que expresa en sus colores y su gente, los antecedentes de los arrabales del sur porteño. Un crisol de culturas que se entremezclan como los aromas del locro, guiso y cebiche de aquellos inmigrantes que llegaron al país.

Bajo Flores es una zona con alto porcentaje de comunidades peruanas, bolivianas, paraguayas y, por supuesto argentinas, donde, según el último censo oficial, viven 50 mil personas. Vecinos que conviven con los temas que ellos mismos imponen en la agenda de la radio: droga, violencia familiar y de género, inseguridad, gatillo fácil.

Después de la dictadura militar, de la topadora de Cacciatore y de la unión vecinal por la reconstrucción de la villa, un grupo de militantes con ganas de ayudar a su gente creó el comedor, donde luego nació la radio, que lleva el nombre del obispo riojano Angelelli.

Años más tarde, otra necesidad había empezado a surgir: el hambre de comunicación y la necesidad de propagar la voz de los ‘invisibilizados’. Así comenzaron a transmitir con una propaladora, de parlantes conectados a un transmisor, en la terraza del comedor.

Al tiempo, equiparon la cocina del lugar con cajas de huevos, que hacían una suerte de acústica. Hoy con un espacio propio, su sala de grabación, una antena de 30 metros y una potencia de transmisión mayor, llegan hasta Lugano, Soldati, Mataderos, Boedo y Pompeya.

La radio comunitaria se define así por la propiedad del medio, porque la desarrollan y gestionan sus vecinos. Es la comunicación de la gente. “La que hace que el pueblo hable a través de los micrófonos”, completa Mariela Pugliese, integrante de la dirección de la organización.

“Se trabaja con la noticia local, los contenidos son los que vive la gente del lugar”, explica Eduardo Nájera, fundador de la FM, y amplía: “También con temes que les conciernen como el proyecto de ley de radiodifusión y la recordación de la Guerra de las Malvinas”.

Es un lugar de integración y de diversidad de voces, abierto a la participación plural, que se distingue por ese discurso popular que refleja las cuestiones de la zona. “Porque nadie habla desde la voz real de los pobres”, agregó Mariela.

De esta forma, hasta la grilla; con programas producidos por la comunidad boliviana, paraguaya, peruana y argentina; revela la composición cultural del barrio en toda su riqueza.

Además, coproducen programas con la agrupación Volver a Empezar, conformada por algunas madres de la villa que tienen hijos con discapacidades y la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras.

La organización mantiene un profundo compromiso con los chicos, del que se desprende la intención de instalar los temas que hacen a la realidad del barrio, a fin de no estigmatizar y que no se sientan estigmatizados; a través de la integración a la radio, para que compartan un proyecto social que les genere la sensación de pertenencia.

Para eso, cuentan con actividades que trascienden la sala de grabación, como el Taller de Murga, Plástica y Radio, clases de apoyo escolar, escuela de fútbol o la creación de un libro que fue hecho entre todos, donde los jóvenes participaron en la recolección de materiales.

“Hace poco hicimos un CD para la campaña La Pasta Base Arranca Corazones, trabajamos desde los talleres con los chicos de la radio, con las bandas del barrio y otras ajenas,”, agregó Pugliese. El proyecto que busca desalentar el consumo de la droga se desarrolló transversalmente a todas las áreas de la organización, con charlas de concientización, arte y murales.

Mariela asegura que “el problema de la pasta base es que el pibe se levanta en el medio de la pobreza y no tiene nada que hacer con su vida”. Para eso, intervienen tratando de “buscar ámbitos de participación”, ratifica Eduardo.

“De esta manera, en vez de quedarse fumando, vienen a los talleres. Son más de 50 chicos que transitan un espacio en el que se sienten dueños de su destino, donde pueden hablar sin que los estigmaticen y sienten que pueden hacer algo propio”, completó Mariela.

Los operadores que ponen la música son del barrio, por eso, la radio se escucha mucho, porque es popular. Así, el discurso mediático y el eje temático van a variar según lo que prevalezca en Bajo Flores, porque todo tiene que ver con lo que pasa alrededor. Sus raíces están basadas en la cooperación vecinal y la autogestión.

La organización también es corresponsal de la red informativa del Foro Argentino de Radios Comunitarias –FARCO- y de la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica -ALER- y esta enmarcada bajo la forma de Asociación Civil Rodolfo Walsh, que le permite gestionar recursos ante distintos organismos de cooperación.

Durante 13 años, la Radio logró incidir e insertarse en un barrio que pudo construir entre todos sus vecinos un espacio de comunicación, apoyo y encuentro. Como un centro cultural integró y formó a sus integrantes. Como un micrófono, el del pueblo, fue el eslabón vital de una lucha por la amplificación de la voz de los silenciados, de los invisibilizados.

Julieta Beldi

lunes, 13 de abril de 2009

Fronteras medievales

“¿Detrás o frente a la pared?”, dice ella. “Es lo mismo”. “No, no es lo mismo. Uno puede mirar lo que la circunferencia deja adentro o lo que deja afuera, ¿entendés? ”No”. ¿Cuál es el adentro y cuál el afuera? Juani la escucha, pero no dice nada. “¿Nos encerramos nosotros o encerramos a los de afuera para que no puedan entrar? Como lo cóncavo y lo convexo”.

En la novela La viuda de los jueves, la escritora argentina Claudia Piñeiro relata la vida de varias familias que en la década de los 90 decidieron transportar su domicilio a barrios privados cerrados. El dialogo lo mantienen dos adolescentes cuya existencia sólo conoce lo que sucede puertas adentro.

EL hostil muro que parte de los vecinos de La Horqueta, en la municipalidad de San Isidro, quisieron erigir para diferenciarse de sus pares de Villa Jardín, además de evocar a los castillos del Medioevo, plantea el interrogante de quién permanece excluido.

Pablo Cosin